lunes, 27 de diciembre de 2010

La sonrisa autómata

   Y resulta que llegando a la entrada de la cafetería, comprobamos como ésta, está casi repleta y no queda una sóla mesa vacía. Pese a ser de reducido espacio, comprobamos que los padres y niños, esperan ansiosos la llegada de la camarera que los atendrá con rapidez para dar comienzo su merienda. Nada de esto ocurre y pese  a observar que tras la barra, dentro en la cocina, (se aprecia el movimiento) y por la pequeña sala, abunda el personal que se mueve de un lado para otro cual autómata, incluidas unas sonrisas que a veces, se le caen.
   Decidimos esperar para tomar un café los adultos (tres) y dos batidos de chocolate los pequeños (dos)... tras una larga espera, conseguimos una mesa y nos apresuramos a tomarla casi hincando una bandera en el centro de la misma. Otra larga espera nos espera para ser atendidos. Percibimos el movimiento en torno nuestra de las camareras pero parecemos invisibles, o tal vez, como por arte de magia, ahora que abunda la misma y más en estas señaladísimas fechas, nos hacemos realmente invisibles. Conseguimos por fin ser escuchados y el pedido se hace sufrido: un café con leche, descafeinado de máquina y un té; para los niños dos batidos... nos dice la amable camarera que sólo tienen batidos naturales a 3,15 euros. Me acojona la cifra y lo repito en tono irónico, que la camarera en su papel de autómata, no entiende... pedimos entonces dos vasos de leche con cacao (que al parecer no es natural)... ¿si el batido a 3,15 el vasazo, era natural, el vaso de leche con cacao, qué es?...
   Llegado el momento en que se nos sirve por fin, tras una larguísima espera, se nos va la camarera dejando la mesa sin concluir la tarea y donde sólo hemos visto la leche de los colacaos... el café y descafeinado, a medio servir  pues olvidó de poner la leche. Le apunto a la camarera lo sucedido y esta vez, si soltar su sonrisa autómata, asiente y dice servirnos enseguida. Nada más lejos, y para cuando esto sucede, mi café está bastante frío y yo bastante cabreado. Una pena no haber puesto ojo en el cronómetro, pues tal vez se habría batido algún record (entre otras apreciaciones mías) y haber entrado por la puerta grande en el Guinness de los Records...




   Una vez hemos salido de la cámara de pruebas (tal vez se podría haber estado filmando para un programa de cámara oculta)  y  recolocado nuestros sentidos, se suceden acontecimientos normales dentro del mastodóntico Corte Inglés, salvo cuando decido abandonar el mismo acercándome a recoger el vehículo al aparcamiento de dimensiones (tal vez) más descomunales que las plantas de arriba y donde parecería albergar todos los vehículos de una gran ciudad confiscados como por arte de magia.
   De nuevo tengo que dirigirme a un autómata, esta vez en forma de cajero donde me habla una voz que desconozco y sospecho que esa voz, es la de mi conciencia o algo más grande... no me admite billetes de veinte euros!... salgo a por cambio, y en ello empleo bastante tiempo en mi aventura donde voy esquivando personas, objetos y creo que hasta utilicé un machete para apartar la maleza de la jungla. Cuando por fin regreso al autómata-cajero, introduzco las monedas y... sorpresa!, los veinte céntimos que me solicita, sólo los admite en una moneda y no en dos de diez... todo un logro de la tecnología!... hablo con mi,  ya conocida voz y me soluciona el problema.
   ¿Alguien cree que ya me podría marchar?... se ha equivocado! Una vez estoy en la salida y donde he formado una cola de coches que vendría a ser algo así como la cuarta parte del contenido que había unas horas antes en los subsuelos del gran comercial,  y donde no he comprado nada por que ya no sabía dónde me encontraba, el cajero me "escupe" la tarjeta una y decenas de veces... no puedo marcharme!.
   He de ponerme de nuevo en contacto con mi voz amiga que esta vez, si me soluciona el problema y por fin, la barrera se abre...

 H salido a la calle donde la luz de las farolas, adornos navideños y otras chispas, de las que desconozco su naturaleza, me hacen sentir liberado... Navidad!, dulce navidad... y eso que yo, desconozco todo sobre ella. Qué feliz me siento! aunque los Reyes Magos, me traigan carbón (si por escrutar mi mente, les hubiere dado)...

miércoles, 22 de diciembre de 2010

"Conditio sine qua non"

   Hoy me levanté optimista y he de reconocer que pese a ser invierno, no tenía nada de frío. En la calle, todo el mundo ataviado con sus abrigos o anoraks, bufandas y guantes... y con cara de estar pasándolo mal. Yo salí para el cole con Pablo de la mano y pese a que él si iba bien abrigadito, (es pequeño y hay que protegerlo) yo sólo llevaba una camiseta sport (sobre una interior de tirantes) y un vaquero. Me asombro de no sentir el frío que percibo en el resto de padres que acompañan a sus hijos al colegio. 
  Existe el convencimiento de que cuando alguien quiere ser visto, sólo tiene que llamar la atención de una forma visible y clara; si todo el mundo pasa frío y yo voy como si fuese primavera, llamo la atención del respetable y hasta de quien no me conoce... no siendo esta mi intención, trato de pasar desapercibido; mas sin querer, todos me miran como bicho raro...

  Nada más abrir la puerta de casa, me encuentro con la vecina que viene de pasear al perrito y me saluda con una sonrisa en la que intuyo su  pensamiento: ¿Dónde va este con el frío que hace de esa guisa?.
  El ascensor que ha dejado libre mi vecina, se me escapa al piso de arriba y oigo a mi vecino toser y reconozco rápidamente de quién se trata. Cuando el ascensor queda libre (el otro está ocupado aún) requiero su presencia y al abrir la puerta, decido no utilizarlo pues la cabina está inundada por el humo del cigarrillo de mi vecino con tos... espero al otro, y por suerte, nadie ha fumado dentro. Mi hijo me pregunta a qué huele dentro (él tiene un olfato buenísimo, pero quiere que yo le diga) y le contesto rápidamente que huele a basura; compruebo que mi vecino del segundo piso, regresa del contenedor de la basura y no quedándome otra, y por la experiencia de haberlo visto sobre la misma hora y casi todos los días, le anoto un punto nuevamente a los muchos que ya tiene. Cerca del quiosco de prensa, observo a un vecino de los bloques de más abajo con su perro (sin pedigrí ni raza aplicable) cómo está ojeando el periódico mientras el can, hace sus necesidades fisiológicas ("conditio sine qua non" de todo ser vivo que se alimenta por vía oral y excreta por vía rectal) en la acera por donde paso todos los días y donde yo, con mi atolondramiento normal, a veces pongo el zapato justo encima de las heces del animal, que su dueño no retira nunca. De camino al cole me encuentro varios pasos de peatones, por donde siempre me dispongo a cruzar y donde me encuentro el típico lío del tráfico que parece normal, pero no lo es por el simple hecho de encontrarme vehículos aparcados en doble y triple fila, el bus que va con prisa y no se detiene en el paso de peatones, y en lugar de utilizar su parada, se detiene (¡si sólo es un momento!) en la vía obstaculizando el paso de los demás vehículos y el de los peatones que quedamos encajonados... cuando por fin conseguimos cruzar, encontramos por la acera a los padres, niños y niñas camino del colegio y donde muchos de éstos, sin llegar a comprender cómo, también obstaculizan el paso pues pareciera existir una competición o algo parecido y te llevas algún golpe con el carrito y si está lloviendo, de paso te apartan del camino con los paraguas amenazantes; si no te andas con ojo, te pueden saltar uno.
   De regreso del cole, realizo el mismo ritual y tomo el mismo camino por donde voy encontrándome casi las mismas situaciones pero a la inversa... y la gente me observa que yo voy tan feliz y contento porque no llevo frío. Me miran y creo adivinar qué piensan; ¿y después de todo, soy yo el raro?.


Lomovídeo from Rafa Ordóñez on Vimeo.



   Pablo no hace más que mirar el césped del jardín siempre que tiene ocasión, y se acerca sigiloso hasta llegar al bordillo por donde camina cual funambulista, sobre la cuerda en perfecto equilibrio. Él sabe que no debe pisar el jardín, no debe adentrarse porque hay que cuidarlo... observamos a poca distancia de donde nos encontramos, cómo una furgoneta aparca en doble fila y se apean de la misma, dos chicos de nacionalidad china; éstos se disponen a sacar los bultos para llevarlos a la tienda, justo al otro lado del jardín.
   Sin respuesta posible quedo cuando mi hijo me pregunta por qué los chicos, atraviesan el jardín cargados con las cajas sorpresa, en lugar de hacer lo que todo el mundo hace y que él, trata de cumplir pese a su deseo de revolcarse en el verde, y sentir su creciente libertad.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Una vaca en el tejado

   En uno de mis paseos matinales por el campo que circunda la ciudad, vi a lo lejos una casita y alzando la vista, sobre su tejado, pude contemplar atónito como había una vaca postrada sobre el mismo. Me pregunté cómo era posible que una vaca de dimensiones colosales, hubiese llegado allí. De qué medios se valió para encaramarse al tejado. Me pregunté igualmente cómo podía un tejado, soportar el peso mastodóndico de la ingenua vaca y si éste, soportaría por mucho tiempo. Llamé de inmediato a la puerta que estaba cerrada y no obtuve respuesta alguna. Miré por mi rededor, y no vi a nadie. Sólo la vaca y yo estaríamos en el lugar, tal vez en muchos kilómetros a la redonda. La vaca, sentada tranquilamente al sol, miraba hacia abajo donde yo me encontraba. Quizás pensaba de forma parecida a la mía y no daría crédito a la situación. Lamenté profundamente no llevar encima una cámara fotográfica. Pensaba mil cosas a la vez cuando alcé la vista de nuevo y vi cómo la mole lechera, iniciaba una elevación y comenzaba a sobrevolar el tejado. Me senté sobre el terreno y disfruté del vuelo de la vaca, hasta verla desaparecer por el horizonte.
   Cuando estuve de regreso a la ciudad, me encontré con un vecino y lo tomé como rehén para contarle lo sucedido. Cuando hube terminado, éste me contestó que no me preocupase, que oraría por mí.
   Se marchaba ya cuando le espeté que no lo hiciese; no era yo creyente y además, no era necesario. Él se volvió y me dijo que en cierta ocasión, estando enfermo con unas fiebres muy altas, vió a Dios y estuvo hablando con él. Nadie lo creyó entonces, aun así él había sido creyente desde siempre y desde ese día, más aún. 
   Marchaba a contar mi experiencia a cualquiera que me creyese, cuando le dije a mi vecino que no se preocupara. La gente no se creé nada y éramos por ello unos incomprendidos. ¿Por qué iba yo a dudar que  mi vecino hubiese hablado con Dios?


La espera from Rafa Ordóñez on Vimeo.

   Posteriores salidas al campo, no me han ofrecido la posibilidad, más que de esperar acontecimientos...




martes, 7 de diciembre de 2010

Un mensaje en poco más de un segundo



   Llegué en poco más de un segundo. Luego tardé algo más en llegar hasta la cara oculta, donde me esperaban dos emisarios y donde sólo se comunicaron conmigo a través de mensajes telepáticos. No querían preguntas y sólo admitirían mis dudas al respecto o interrogantes, pero no responderían. No harían otra cosa  que no fuese ofrecerme de buen grado, el mensaje para  que fueron enviados. Por momentos, los miraba y me preguntaba cómo iba yo a entender nada de lo que me pudiesen transmitir, en un idioma que a buen seguro no reconocería. Poco tardé en salir de dudas y comprobar que no sólo entendía perfectamente los mensajes transmitidos, sino que lo hacía sin esfuerzo alguno; me aseguraban que captaba perfectamente la transmisión, pues ellos eran los artífices de tal milagro. No me sorprendió en absoluto aquello que iba almacenando en mi memoria; ya intuía de qué se trataba. Me dijeron por último antes de marcharse, que sólo debería de saberlo la gente de mi entorno más cercano y de confianza. De todas formas, nadie creería una palabra de aquello que fuese a comunicar y en todo caso, poco se podía hacer al respecto. Sólo quedaba la resignación, aceptación y esperar con absoluto estoicismo, la llegada de lo inevitable. 
   Cuando estuve de regreso, dudé en hacer uso de mi información y la guardé hasta hoy.


Space from ellefolk on Vimeo.


   Nada, ni siquiera la física cuántica, tiene la respuesta...

   

jueves, 2 de diciembre de 2010

Glenn Gould

   Glenn Gould  fue un pianista canadiense atípico como sólo él. Un genial interprete del piano donde parecería que éste se acoplaba a él y viceversa, una vez se sentaba en su (también) atípica silla. Ésta, era tan vetusta como los grandes pianos de cola que utilizaba el mismo Beethoven. Una silla de la que él, había ordenado que se recortasen las patas, para así quedar más bajo y cerca del piano. Parece ser que fue su padre quién le hizo el apaño, siguiendo las instrucciones del pianista. Un asiento que parecería quebrarse al soportar el peso de Gould y tan desvencijada que habría que preguntarse tal vez, cuando sería la última vez que la utilizase en sus pocos conciertos que llegó a ofrecer ante un público (quizás) dividido por sus extravagancias. Nunca, en ningún concierto, tomó otra silla que no fuese la que él llevaba. Gould, tardó muy poco en abandonar sus conciertos ante ese mismo público y lo hizo para dedicarse a sus grabaciones que tanto tiempo y mimo dedicó.
   Cuando Gould interpretaba algún tema (generalmente las obras de Bach, que pese a no haber sido compuestas para este instrumento, pues lo fueron para clave, ya que al mismísimo Bach no le agradó demasiado el gran piano de cola  inventado por Cristofori en el año 1700, Gould las interpretaba al piano con una clase y sensibilidad sólo a su alcance) se colocaba lo más próximo al piano, con su silla "adaptada" y se aislaba del entorno; también era frecuente verlo con su abrigo, bufanda y mitones, hiciese el tiempo que hiciese: comenzaba entonces su comunión entre la música del compositor alemán, el piano y su asombroso tarareo al tiempo que percutía las teclas blancas y negras del monstruo donde brotaba la música. Con su peculiar forma de interpretar las "Variaciones Goldberg" donde su canturreo y el sonido celestial de la partitura de Bach, no dejaban indiferente a ninguno de los presentes en la sala, renacía Gould una y otra vez. Creo que a Gould, le era indiferente pues tal vez pensaba que una vez en la ejecución de la obra, no sólo no sobraban los sonidos emitidos por él, sino que lo creía oportuno pues era la forma de concentrarse y no restaba calidad a su interpretación. Posiblemente a Bach, no le habría importado en absoluto... 
   Es fácil comprobar en un gran número de sus grabaciones éste detalle; y  creo que en la historia de la música interpretativa más reciente, es caso único. 
   Años después de su muerte, exámenes científicos llegaron a la conclusión de que Gould, tenía el  síndrome de Asperger. Falleció con sólo 50 años, un 4 de octubre de 1982, de un derrame cerebral.















   En cierta ocasión, alguien me preguntó: ¿qué es la música?... Yo, respondí rápidamente que no era otra cosa que el orden ascendente y descendente de los sonidos, ordenados en el tiempo... básicamente, ésto es así; pero hoy podría añadir bastante más, con la espalda bien cubierta por el paso del tiempo y la certeza de que lo que te regala la música, no es otra cosa que "consciencia".

Con esta silla y no otra, Gould ejecutaba a la perfección el piano frente al que se sentaba


La silla del genial Gould, frente a su piano.
[glenn+gould+llevando+su+silla.jpg]
Glenn Gould, siempre llevaba su silla con él. No había concierto donde no la utilizase.