Merodeaba cerca de nosotros y esperaba algún bocado que no llegaba. La hora de la merienda había pasado y como nunca nos sobraba nada (en la merienda no), el gato menos avispado nos seguía; pero parecía apreciar que se iba a quedar sin merienda. Podía leer en su pequeño cerebro que aun no comiendo, estaba acostumbrado y preparado para buscarse algo que devorar, siempre con avidez. Nos acercamos al gallinero y soltando la soflama tópica, iba Jose, metiendo las gallinas una por una en su cobijo. Éstas, eran reacias como siempre; pero acababan obedeciendo por temor al silbido de las piedras que rozaban su pequeña cabeza. Nos llegaban con frecuencia, comentarios del encargado del cortijo, y al parecer, dueño de las ponedoras, que éstas, siempre le iban menguando cada vez que las contaba.
Amaneció como todos los días en el cortijo, pero unas horas más tarde que el gallo hubiere cantado desde el interior del gallinero...para qué madrugar tanto!, - nos decíamos-, si estamos de vacaciones. Jose se dispone a la función que tiene encomendada todos los días, y sin cobrar por ello un céntimo: soltar las gallinas menguantes para disfrute de éstas; y por todo el cortijo sin que nuestra presencia resultara molesta en absoluto para su tranquilo caminar. Gallinas por todo el cortijo; incluido garaje, piscina y aposentos si se precia.
Habiendo dado de desayunar a los gatos, Jose ve como estos, van menguando en número como si de gallinas se trataran. Falta uno!...- dice a Raquel- voy a ver si lo encuentro y de camino, saco a las gallinas.
Encuentra al gato de sopetón y éste, le dirige una mirada soñolienta o angustiosa y, como si de un gran telépata fuese, le transmite: - menuda nochecita he pasado, toda la noche sin pegar un ojo y todo por tu culpa...aquí dentro con estas ratas de corral, subido en lo más alto que he podido para no caer y ser pasto de sus afilados picos...esto no me lo haces más!- parecía querer decir "Arisco". Vamos; si en ese momento hubiese hablado, juraríamos que esas hubieran sido sus palabras...mas no habló.
De ello estábamos seguros; "Arisco" estaría toda la noche en el filo del tabique, pensando tal vez, que si caía por un descuido, sería devorado por las "menguantes". Luego no durmió...
De ello estábamos seguros; "Arisco" estaría toda la noche en el filo del tabique, pensando tal vez, que si caía por un descuido, sería devorado por las "menguantes". Luego no durmió...
¿Quién le manda al gato meterse en el gallinero...? Menuda noche que pasaría con el cacareo interminable de la veintena de ponedoras, más el gallo... "Arisco" nunca se dejaba tocar, y desde aquel día, menos aún.
El misterio de las gallinas menguantes, es otra historia...
El misterio de las gallinas menguantes, es otra historia...
Fotografía de Jose Miguel Ordóñez |
Quizá "Arisco" no se quedó a pasar la noche en el gallinero por un descuido, como creemos. A lo mejor quiso experimentar lo que era compartir el calorcillo, el techo y la compañía durante unas horas y poder compararlo con su rutinaria deriva solitaria bajo las estrellas.
ResponderEliminarBuena apreciación, de la que no habíamos caído. Ya se sabe del dicho popular: "La curiosidad, mató al gato"...luego es posible.Luego el tal "Arisco" se percataría que no podía salir de la misma forma que había entrado; sólo con ver su cara y su caminar, te dabas cuenta que no había pegado un ojo en toda la noche (o es una apreciación mía para darle un mayor carácter al relato). Te diría que si yo fuese gato, tal vez habría hecho igual. Gracias por tu aportación que añade algún elemento más a esta historia verídica.
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